jueves, 13 de noviembre de 2014

La Agencia Internacional de la Energía prevé una catástrofe energética y la soluciona. El poder mágico del mercado.

DOS CLAVES Y DOS REFUTACIONES

La Agencia Internacional de la Energía (AIE) ha lanzado su Informe Anual, del que se puede obtener de manera gratuita su resumen aquí. A pesar del negativo titular que encabeza este post, veraz pero evidentemente elegido para provocar, la AIE hace un nuevo ejercicio de optimismo infundado. Cabría calificarlo, incluso, de cínico optimismo, pues con los datos que ellos mismos manejan y ofrecen es difícil de creer. Como si trataran de no alarmar a la población para que el sistema socioeconómico siguiera trabajando business as usual. 

Las dos ideas fuerza de este informe son que la demanda de energía mundial va a crecer un 37% hasta 2040, lo que va a generar tensiones en el suministro, algo que será felizmente solventado gracias a las mejoras de eficiencia energética y a una mayor inversión. Ni los conflictos en Oriente Medio, ni la guerra civil en Ucrania, ni siquiera el estancamiento de la cantidad de petróleo extraída anualmente son restricciones suficientes como para que la sociedad planifique una transición hacia un modelo de baja intensidad energética.

Eficiencia energética

El informe hace referencia, por un lado, a un sistema económico que crece con una intensidad material y energética decrecientes, al apoyarse de manera creciente en el sector servicios y la industria ligera. Esta creencia hace referencia a la curva de Kuznets ambiental, según la cual el crecimiento económico genera el ahorro suficiente como para ser invertido en sectores menos intensivos en materia y energía, así como mejorar la eficiencia de la que se usa. Este modelo ha sido refutado por abundantes estudios empíricos*, en tanto que, de un lado, la economía de servicios está fuertemente ligada al uso de materiales (una empresa turística es de servicios, pero requiere la construcción y mantenimiento de transatlánticos) y, de otro, la existencia del efecto rebote. Ilustremos el efecto rebote con un ejemplo presentado en el gráfico inferior.


 Los incrementos en la eficiencia energética en el transporte por carretera (millas por galón de combustible) se traduce en un aumento de las millas recorridas anualmente por los coches estadounidenses en el período analizado. O dicho de otro modo, las mejoras en la eficiencia inciden en un menor precio de la energía, lo que estimula su demanda al alza, compensando y sobrepasando la ganancia de eficiencia inicial. Por establecer un ejemplo a escala nacional, según Duarte et al (2013)**, entre 1995 y 2005 España y Portugal redujeron sus emisiones de efecto invernadero en torno a un 10% por mejoras en la eficiencia, pero estas fueron compensadas con un aumento de alrededor del 55% empujadas por el incremento de la actividad económica, generando finalmente un balance negativo del 45% a pesar de la reducción inicial. Esto es lo que hace que, aunque el sistema económico requiera de menos energía por unidad de PIB, el amplio crecimiento de este haga que, en términos absolutos, la cantidad de energía final consumida a nivel mundial no deje de crecer.

BP Statistical Review 2012


Por lo tanto, no cabe esperar grandes cosas a escala planetaria de las mejoras de eficiencia energética global (curva de Kuznets) o a escala local (efecto rebote). 

Mayores inversiones

Según la AIE, para que el incremento de la demanda no choque frontalmente con una oferta (la generación de energía) que crece menos, basta con que se realicen mayores inversiones en el sector energético. 

Aquí el problema fundamental es de recursos y directamente relacionado con el cénit del petróleo (peak oil). La principal fuente de energía que nutre (que devora) nuestras economías es el petróleo (39% del Consumo Final de Energía en la UE en 2012 según Eurostats) y la propia AIE reconoció que la producción de petróleo convencional alcanzó su techo en 2006. Mientras el petróleo no convencional extraído anualmente decrece, la oferta de crudo se mantiene gracias a unos petróleos no convencionales con una (muchísimo) menor capacidad energética y más caros de extraer. No solo eso, sino que sus principales yacimientos dejarán de surtir al principal productor (EE.UU.) a ritmo creciente antes de que termine esta década, lo que generará importantes shocks de precios. Por su parte, la energía nuclear, aparte de ser insoportablemente costosa en términos económicos y ambientales, no puede hacer gran cosa. Para sustituir la capacidad energética del petróleo con energía nuclear acabaríamos con las reservas de uranio en menos de una década (Coderch, 2007). Las energías renovables también presentan sus limitaciones, pues hoy en día están íntimamente ligadas a la generación eléctrica, lo que supone una pequeña parte de la energía final consumida (22% en la UE en 2012). Además, la energía eléctrica se muestra incapaz de sustituir al petróleo en algunos de sus usos, como por ejemplo hacer volar un avión. Por último, los biocombustibles poseen una capacidad energética bastante difícil de igualar al petróleo. No en vano este no es otra cosa que biomasa que, por ejemplo, para proporcionarnos hoy un galón de gasolina, han tenido que permanecer fosilizadas durante millones de años nada menos que 98 toneladas.

Conclusión

La AIE (que, por cierto, asume que la temperatura mundial estará 3,6ºC por encima de los niveles preindustriales) es consciente de los retos energéticos a los que se enfrenta la especie humana en las próximas décadas. No obstante, parece sentirse cómoda con los viejos modos de hacer y dejarse llevar a la deriva por la mano invisible del mercado, que logrará reducir las tensiones energéticas vía eficiencia y vía inversiones. 

Lo más razonable, no obstante, sería prepararse para problemas en el suministro en menos de 6 años y planificar una transición hacia un sistema socioeconómico de baja intensidad energética. Sin embargo, si estos son los generadores de información y consulta de los Gobiernos, parece poco probable que esta transición planificada vaya a tener lugar y seguiremos navegando a la deriva hacia un desastre energético.

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* Cabe destacar el trabajo de Tapia-Granados y Carpintero (2013): "Dynamics and economic aspects of climate change.

Duarte, R.; Mainar, A. y Sánchez-Choliz, J. (2013). The role of consumption patterns, demand and technological factors on the recent evolution of CO2 emissions in a group of advanced economies. Ecological Economics(96), 1-13.

Coderch, M. (2007). "Energía nuclear: agonía o resurrección". En A. Cirera, A. Benach, & E. Rodríguez Farré, ¿Átomos de fiar? Impacto de la energía nuclear sobre la salud y el medio ambiente. (págs. 127-139). Madrid: Los Libros de la Catarata.

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