martes, 23 de marzo de 2010

¡Que viva el IVA!


Así cantaba Concha Velasco en 1986, ante la entrada de España en la Unión Europea, ya que el impuesto cruzaba el Pirineo agarrado de la mano del mercado común.

El Impuesto sobre el Valor Añadido, o IVA, es un impuesto indirecto que grava al consumidor en su tipo general con un 16% del precio de los productos y servicios que éste adquiera. Cabe señalar que el peso del impuesto lo soporta enteramente el consumidor, ya que los minoristas o dispensadores de servicios tan solo retienen la cuantía del impuesto para ofrecérsela después al Estado, que lo guarda en su hucha: parte para las Autonomías, parte para el Gobierno Central. Por ésto se considera al IVA un impuesto eficiente, porque no altera las decisiones de los empresarios. Además, su uniformidad -mismo tipo para todos- y la ilusión fiscal -aparece integrado en el precio final de los productos- lo convierten en el impuesto favorito de economistas y políticos liberales. No debe sorprender que ésta medida que proviene de una orilla sea celebrada también en la supuesta orilla contraria por Alberto Recarte.

Una subida del IVA será soportada totalmente por los consumidores y éstos no tendrán instrumentos para averiguar qué parte de los nuevos precios que vendrán, forma parte de la subida del IVA, máxime cuando los precios en general han disminuido en los últimos tiempos y ahora se mantienen muy estables. Es la jugada perfecta. Pero ahora pensemos en las consecuencias (aún más) ocultas.

La imposición indirecta no considera criterios de equidad para el gravámen impositivo. El 16% (ahora 18%) será abonado indiferentemente por mileuristas que por millóneuristas, lo que no logrará sino aumentar la brecha entre unos y otros, contribuyendo a acrecentar la desigualdad y a anclar a los pobres en la pobreza y a los ricos en la riqueza. El mayor esfuerzo para completar la cesta de la compra será para las clases más humildes comparativamente mayor que el de las más pudientes -en clave pedagógica: no es lo mismo restar un 2% sobre una renta de 1.000€ (20€) que sobre una de 1.000.000€ (20.000€), el valor de cada € perdido es mayor para la primera renta que para la segunda por razones que se me antojan obvias: a uno le quedarían 980€ para cubrir sus necesidades y el otro contaría con 980.000€ para sus modestas adquisiciones-, en un momento en que aquéllas están en el paro y muchos ya sin cobrar la prestación.

Las condiciones de vida para las clases más bajas, en definitiva, se endurecen y, por primera vez en mucho tiempo, los adultos de hoy sabemos que nuestros hijos vivirán peor que nosotros (mayor jornada y vida laboral, más precariedad, menos salarios reales, mayor carga comparativa para el sostenimiento del sistema, etc.), mientras las grandes fortunas, las SICAV, siguen contribuyendo con un exiguo 1% a las arcas del Estado.

¿Hasta dónde puede tensarse la cuerda sin que se rompa?

martes, 9 de marzo de 2010

Inmigración, teoría y política económica

La doctrina económica clásica y neoclásica se caracterizan por promover la total libertad económica, de modo que los precios sean el fiel reflejo del valor real de las mercancías -que vendría determinado por la escasez o abundancia de las mismas-, evitando cualquier distorsión externa como impuestos, subvenciones, etcétera. La política económica que aconseja ésta doctrina está encaminada, lógicamente, a reducir la intervención de los Estados a una serie de funciones administrativas, de garantía de marco legal y de seguridad militar.

Pero que el Estado no intervenga no es suficiente para que la formación de los precios sea, digamos, pura. Para ello son necesarios una serie de requisitos de entre los cuales hoy me interesa la movilidad de factores productivos. Las teorías ortodoxas, nos indican que la situación óptima en la economía requiere de la movilidad internacional de capital y trabajo. Así, centrándonos en sólo dos países y un solo sector de la economía, el país que en ese sector ofrezca unos salarios más altos atraerá a los trabajadores del otro país, generando una situación a largo plazo en la que los salarios para ese sector se igualen. De igual forma se comportarían los capitales.

La libre movilidad del capital a escala internacional es una política económica elevada al rango de ley, algo que queda fuera de todo debate. Las transacciones internacionales de capital no están sujetas a imposición, si siquiera el 1% de la tasa Tobin, lo que es coherente con la teoría económica neoliberal y que genera unas consecuencias no tan halagüeñas como proponen los teóricos-salvo para los poseedores de grandes fortunas- . No tienen ni una sola barrera.

Sin embargo, la coherencia anterior se desvanece cuando hablamos de la movilidad del trabajo. El mecanismo de ajuste automático que describe la teoría clásica no parece justificar en este caso el fomento de políticas que favorezcan dicha situación. En efecto, la inmigración no sólo se desincentiva y se trata de evitar, sino que, incluso, en algunos países, se persigue como un crimen.

En éste caso, quienes aconsejan la reducción e incluso desaparición de los Estados, no dudan en exigir que se repriman esos movimientos migratorios de personas, empujadas precisamente por un sistema económico internacional que avoca a al subdesarrollo a los países emisores. La movilidad internacional de capitales, que tanto beneficia a aquellos que los poseen, se consolida como una institución inquebrantable, defendida por las Instituciones Financieras Internacionales, economistas ortodoxos y Gobiernos interesados. Mientras tanto, miles de personas son arrojadas al mar y los caminos en busca de unas mejores condiciones de vida, impedidas en sus países, y son perseguidas y maltratadas a petición de aquellos que dicen exigir la Libertad con mayúsculas.

¿Qué clase de hipocresía es ésta?