sábado, 22 de noviembre de 2014

Interstellar en clave de transiciones

Además de críticas cinematográficas, han proliferado artículos en blogs acerca de la verosimilitud y corrección científica de la película, como esta de Arturo Quirantes (@elprofedefisica) o esta otra de Daniel Martín. En general, se podría decir que las calificaciones podrían catalogarse como 'brillante', en la categoría cinematográfica, y 'correcta aunque con licencias' en la categoría astrofísica. Aunque comparto ambas visiones, no voy a tratar sobre ellas en este blog sino que, haciendo un paralelismo con estos 'tests' de verificación científica, trataré de dar una lectura de la película desde el ángulo de su cercanía o lejanía con todo lo teorizado en torno a las transiciones y colapsos civilizatorios.

Una crisis con dos caras

Interstellar
El núcleo de la película reside en la tragedia que, como especie, representa el hecho de tener que abandonar el planeta que ha albergado nuestras vidas durante miles de años. El desencadenante de esta dramática situación no es otro que el de una crisis de recursos, acompañada de otra crisis de residuosEl paralelismo que se traza desde el ángulo de la economía ecológica entre ambas crisis y la dupla 'pico' del petróleo y cambio climático es evidente.  La contaminación atmosférica ha llegado a un punto de no retorno que se materializa en frecuentes tormentas polvo y en una escasez persistente de alimentos. A pesar de la coincidencia en la tipología de las crisis que motivan la transición, mientras que en Interstellar es la concentración de nitrógeno en la atmósfera la que presumiblemente causa el agotamiento de los recursos (en este caso alimentos), en la realidad es el agotamiento de los recursos (los combustibles fósiles) el que libera a la atmósfera los gases (entre ellos el nitrógeno) que provocan el cambio climático y, en última instancia, amenazan la propia supervivencia del ser humano.  Aunque la película no es clara al respecto, podría encajar con exquisita verosimilitud la premisa de que nos encontramos en un escenario futuro en el que hemos quemado los suficientes combustibles como para que las concentraciones de nitrógeno (liberado en gran medida por los vehículos de combustión interna) en la atmósfera afecten al crecimiento de especies vegetales de importancia agrícola, pues estas es, precisamente, una de las principales consecuencias del exceso del gas. 

La vuelta a la agricultura


Por otro lado, cabe destacar que la actividad principal en la economía de Interstellar es la agricultura. La mayor parte de quienes teorizan sobre la transición sociometabólica -aquellas que ponen el foco en la energía y sus tecnologías de conversión- que tendrá lugar, convienen en que la actividad agrícola recobrará el papel predominante que tenía en anteriores etapas históricas. El razonamiento es sencillo y para ello es importante conocer el concepto de Tasa de Retorno Energético (TRE o EROI en sus siglas en inglés: Energía obtenida/Energía invertida). Todos los seres vivos necesitamos aportes energéticos de una manera o de otra, siendo el más básico y fundamental para la supervivencia la energía química que nos proporcionan los alimentos. Si para obtener 100 unidades energéticas de su presa un depredador emplea 50 en darla caza, tendrá una TRE de 2 puntos (100/2). Ese depredador, en la medida en que su TRE es mayor que 1, ha obtenido un excedente energético -de 50 unidades- que podrá emplear en jugar, reproducirse o cazar nuevas presas. En la actualidad, la enorme TRE del petróleo (en torno a 40 el petróleo Saudi) cada vez nos proporciona un menor excedente energético global a mayor coste de extracción, debido a que desde 2006 se extrae menor cantidad de crudo cada año y a que están ganando peso en el total extraído los petróleos no convencionales (con TREs próximas a 5).


Si fuéramos ese depredador, querría decir que cada vez disponemos de menos energía excendentaria para jugar, reproducirnos, cazar, etcétera que, aplicado a la humanidad implica menor excedente para destinar a la industria, el transporte, la tecnología o la propia generación de energía. El margen se achica hasta dejarnos lo justo para producir alimentos y poco más. Sin embargo, en Interstellar, aunque la hipótesis de que el abuso de los combustibles fósiles ha sido la semilla del colapso es plausible, no parece percibirse una crisis de recursos relacionada con el petróleo (incluso parece poder derrocharse como para prender fuego a un cultivo como método de distracción). Al ser el desencadenante del colapso en Interstellar la contaminación atmosférica y no la crisis de recursos, hay que buscar ahí las causas de la vuelta a la agricultura. En este caso, hay que retorcer más la hipótesis para encontrar algo satisfactorio. La alta concentración de nitratos en la atmósfera dificulta el crecimiento de los vegetales de tal manera que podemos suponer que la cantidad de energía y recursos necesarios para obtener la misma cantidad de alimentos se ha disparado hasta el punto de que hasta los ingenieros tengan que ocuparse de los cultivos. Otra pista para asumir esta hipótesis de que la cantidad de energía invertida en producir alimentos ha crecido tanto que incluso ha superado la energía aportada a la humanidad es el hecho de que sepamos que la población mundial ha caído lo suficiente como para que 6.000 millones de personas les parezca una cifra disparatada o que se hayan ensayado proyectos gubernamentales de destrucción masiva de ciudades. Por lo tanto, el escenario es apropiado, aunque las causas no estarían en el 'peak oil', sino en la contaminación atmosférica.

Ausencia de ejércitos e imaginarios colectivos

Sin duda, la ausencia de ejércitos es la más floja de las previsiones del escenario. Un estudio de la UE demuestra que existe una fuerte relación entre los conflictos bélicos y los recursos naturales, especialmente los alimentos. En efecto, Roberto Bermejo (2008) prevé un incremento de los conflictos armados a medida que la energía que nos proporcione el petróleo se torne cada vez menos eficiente para proveernos de alimentos, minerales y recursos naturales en general. Como sucede con el propio petróleo, la escasez de estos recursos no vendrá dada tanto por su agotamiento como por la insuficiente rentabilidad económica y energética de su extracción. Un petróleo (principal fuente de energía) cada vez más caro -a pesar de la coyuntura- y con menor capacidad energética dificultará en tal medida la obtención de los recursos en las cantidades que las estructuras económicas de nuestras sociedades demandan, que los conflictos por el acceso a ellos parecen tristemente garantizados.

Estas estructuras económicas devoradoras de recursos se encuentran legitimadas por altos niveles de bienestar material -sin considerar la distribución de este bienestar entre personas y territorios- durante décadas y por la hegemonía cultural de unos imaginarios colectivos que diseñan y promueven quienes más se benefician de estas estructuras. Cuando una sociedad colapsa, los imaginarios colectivos se agrietan y tienden a desmoronarse. Esta cuestión se encuentra en Interstellar a lo largo de toda la película. 


Una de las notas más curiosas se da cuando nos enteramos, recién empezada la película, que en los colegios de este ficticio escenario, se enseña que la llegada a la Luna del ser humano fue tan solo una campaña de propaganda en el contexto de la Guerra Fría. Tanto si las estructuras de poder previas al colapso han logrado adaptarse a la nueva situación como si estas han sido sustituidas por otras, el imaginario colectivo que las sostenía ha sufrido tal shock que la actual legitimidad ha de apoyarse en la irracionalidad de la etapa anterior para poder sobrevivir. --COMIENZA SPOILER DE LOS GRAVES-- A pesar de esta aparente declaración de intenciones, el desarrollo de la película nos muestra la prevalencia de estos imaginarios: primero cuando el protagonista (Matthew McConaughey), ante las advertencias del director de la NASA acerca del agotamiento del maíz (principal fuente de alimentos en esta ficción), afirma con seguridad que "saldremos adelante, siempre lo hacemos" en un alarde del arrogante optimismo humano de que valiéndonos de nuestro modelo socioeconómico podemos saltarnos los límites que impone la naturaleza; el segundo tiene lugar al final de la película, cuando el protagonista despierta en la estación espacial que lleva su apellido y observa por la ventana un familiar partido de baseball, como si nada hubiera pasado y la vida tal y como la concebíamos simplemente pudiera reproducirse en el espacio --TERMINA EL SPOILER--.  


Interstellar nos muestra la obstinada persistencia humana en negar la posibilidad del colapso de su civilizaciónEs interesante que el padre del protagonista (John Lihtgow, anteriormente cabeza de familia en Cosas de Mar cianos) afirma que en la nueva situación "no se vive tan mal" y esto nos enfrenta a una realidad: que en el futuro tendremos que vivir más como nuestros abuelos o bisabuelos, rompiendo con el imaginario de progreso lineal imperante. Romper estas barreras probablemente sea lo más difícil de la transición postfosilista, aunque a veces descuidemos esta dimensión: ¿estamos dispuestos, como civilización, a vivir con menos? Es difícil asumir que la dominación del ser humano como especie tiene se parece más a un accidente geológico que a una disposición divina o a la sublimación evolutiva de la especie más fuerte. Ni la visión teleológica del antropocentrismo creacionista ni el determinismo evolucionista pueden explicar suficientemente por qué estamos aquí. Incluso la otra protagonista (Anne Hathaway) lo dice en un momento de la película: "la historia de la evolución no es más que una sucesión de accidentes". Prueba de ello serían accidentes como los procesos de extinción masiva del Precámbrico o el Cretácico y una realidad que nos hace pensar que estemos ante la sexta extinción de la que ya hablé en otra ocasión, la primera provocada por una sola especie: la nuestra. 

Películas de masas (y tan brillantes a la vez) como Interstellar nos tienen que hacer reflexionar sobre la ruptura de estos imaginarios colectivos que son un palo en la rueda de una transición planificada y un acicate para la transición por colapso.




jueves, 13 de noviembre de 2014

La Agencia Internacional de la Energía prevé una catástrofe energética y la soluciona. El poder mágico del mercado.

DOS CLAVES Y DOS REFUTACIONES

La Agencia Internacional de la Energía (AIE) ha lanzado su Informe Anual, del que se puede obtener de manera gratuita su resumen aquí. A pesar del negativo titular que encabeza este post, veraz pero evidentemente elegido para provocar, la AIE hace un nuevo ejercicio de optimismo infundado. Cabría calificarlo, incluso, de cínico optimismo, pues con los datos que ellos mismos manejan y ofrecen es difícil de creer. Como si trataran de no alarmar a la población para que el sistema socioeconómico siguiera trabajando business as usual. 

Las dos ideas fuerza de este informe son que la demanda de energía mundial va a crecer un 37% hasta 2040, lo que va a generar tensiones en el suministro, algo que será felizmente solventado gracias a las mejoras de eficiencia energética y a una mayor inversión. Ni los conflictos en Oriente Medio, ni la guerra civil en Ucrania, ni siquiera el estancamiento de la cantidad de petróleo extraída anualmente son restricciones suficientes como para que la sociedad planifique una transición hacia un modelo de baja intensidad energética.

Eficiencia energética

El informe hace referencia, por un lado, a un sistema económico que crece con una intensidad material y energética decrecientes, al apoyarse de manera creciente en el sector servicios y la industria ligera. Esta creencia hace referencia a la curva de Kuznets ambiental, según la cual el crecimiento económico genera el ahorro suficiente como para ser invertido en sectores menos intensivos en materia y energía, así como mejorar la eficiencia de la que se usa. Este modelo ha sido refutado por abundantes estudios empíricos*, en tanto que, de un lado, la economía de servicios está fuertemente ligada al uso de materiales (una empresa turística es de servicios, pero requiere la construcción y mantenimiento de transatlánticos) y, de otro, la existencia del efecto rebote. Ilustremos el efecto rebote con un ejemplo presentado en el gráfico inferior.


 Los incrementos en la eficiencia energética en el transporte por carretera (millas por galón de combustible) se traduce en un aumento de las millas recorridas anualmente por los coches estadounidenses en el período analizado. O dicho de otro modo, las mejoras en la eficiencia inciden en un menor precio de la energía, lo que estimula su demanda al alza, compensando y sobrepasando la ganancia de eficiencia inicial. Por establecer un ejemplo a escala nacional, según Duarte et al (2013)**, entre 1995 y 2005 España y Portugal redujeron sus emisiones de efecto invernadero en torno a un 10% por mejoras en la eficiencia, pero estas fueron compensadas con un aumento de alrededor del 55% empujadas por el incremento de la actividad económica, generando finalmente un balance negativo del 45% a pesar de la reducción inicial. Esto es lo que hace que, aunque el sistema económico requiera de menos energía por unidad de PIB, el amplio crecimiento de este haga que, en términos absolutos, la cantidad de energía final consumida a nivel mundial no deje de crecer.

BP Statistical Review 2012


Por lo tanto, no cabe esperar grandes cosas a escala planetaria de las mejoras de eficiencia energética global (curva de Kuznets) o a escala local (efecto rebote). 

Mayores inversiones

Según la AIE, para que el incremento de la demanda no choque frontalmente con una oferta (la generación de energía) que crece menos, basta con que se realicen mayores inversiones en el sector energético. 

Aquí el problema fundamental es de recursos y directamente relacionado con el cénit del petróleo (peak oil). La principal fuente de energía que nutre (que devora) nuestras economías es el petróleo (39% del Consumo Final de Energía en la UE en 2012 según Eurostats) y la propia AIE reconoció que la producción de petróleo convencional alcanzó su techo en 2006. Mientras el petróleo no convencional extraído anualmente decrece, la oferta de crudo se mantiene gracias a unos petróleos no convencionales con una (muchísimo) menor capacidad energética y más caros de extraer. No solo eso, sino que sus principales yacimientos dejarán de surtir al principal productor (EE.UU.) a ritmo creciente antes de que termine esta década, lo que generará importantes shocks de precios. Por su parte, la energía nuclear, aparte de ser insoportablemente costosa en términos económicos y ambientales, no puede hacer gran cosa. Para sustituir la capacidad energética del petróleo con energía nuclear acabaríamos con las reservas de uranio en menos de una década (Coderch, 2007). Las energías renovables también presentan sus limitaciones, pues hoy en día están íntimamente ligadas a la generación eléctrica, lo que supone una pequeña parte de la energía final consumida (22% en la UE en 2012). Además, la energía eléctrica se muestra incapaz de sustituir al petróleo en algunos de sus usos, como por ejemplo hacer volar un avión. Por último, los biocombustibles poseen una capacidad energética bastante difícil de igualar al petróleo. No en vano este no es otra cosa que biomasa que, por ejemplo, para proporcionarnos hoy un galón de gasolina, han tenido que permanecer fosilizadas durante millones de años nada menos que 98 toneladas.

Conclusión

La AIE (que, por cierto, asume que la temperatura mundial estará 3,6ºC por encima de los niveles preindustriales) es consciente de los retos energéticos a los que se enfrenta la especie humana en las próximas décadas. No obstante, parece sentirse cómoda con los viejos modos de hacer y dejarse llevar a la deriva por la mano invisible del mercado, que logrará reducir las tensiones energéticas vía eficiencia y vía inversiones. 

Lo más razonable, no obstante, sería prepararse para problemas en el suministro en menos de 6 años y planificar una transición hacia un sistema socioeconómico de baja intensidad energética. Sin embargo, si estos son los generadores de información y consulta de los Gobiernos, parece poco probable que esta transición planificada vaya a tener lugar y seguiremos navegando a la deriva hacia un desastre energético.

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* Cabe destacar el trabajo de Tapia-Granados y Carpintero (2013): "Dynamics and economic aspects of climate change.

Duarte, R.; Mainar, A. y Sánchez-Choliz, J. (2013). The role of consumption patterns, demand and technological factors on the recent evolution of CO2 emissions in a group of advanced economies. Ecological Economics(96), 1-13.

Coderch, M. (2007). "Energía nuclear: agonía o resurrección". En A. Cirera, A. Benach, & E. Rodríguez Farré, ¿Átomos de fiar? Impacto de la energía nuclear sobre la salud y el medio ambiente. (págs. 127-139). Madrid: Los Libros de la Catarata.

martes, 4 de noviembre de 2014

El desplome de los precios del petróleo y el 'peak oil'.

CRÓNICA DE UN DESASTRE ANUNCIADO

En los últimos meses estamos asistiendo a una bajada generalizada de los precios del petróleo, lo que desde los sectores “negacionistas” del pico del petróleo se toma como un espaldarazo a sus posiciones y una refutación del cénit del combustible fósil.


precios del petróleo


Hay que decir que incluso quienes, desde la ortodoxia, niegan las consecuencias del pico del petróleo, admiten la agotabilidad de los recursos en un planeta finito (¡!). Desde su óptica, los mecanismos de la oferta y la demanda actuarían como freno natural a esta tendencia, pues la reducción de la oferta de recursos (por su agotamiento) implicaría una subida de precios que desincentivaría su demanda, transitando el sistema socioeconómico hacia la explotación de otros recursos sustitutivos. Se produciría, así, una transición gradual hacia otras fuentes energéticas. El primer problema al que se enfrenta esta tesis es el de la la insustituibilidad de algunos usos del petróleo (intenten fletar un avión transatlántico con energía eléctrica!), pero no es el menor de ellos.

Naturalmente, sostienen los “negacionistas”, si los precios del petróleo están cayendo es porque el petróleo es más abundante de lo que los defensores del ‘peak oil’ mantienen. Para entender la intrascendencia que la actual bajada de precios del petróleo tiene sobre la supervivencia del combustible fósil como la fuente que sostiene nuestro sistema socioeconómico (cerca de la mitad de la energía consumida en Gran Bretaña, por ejemplo) conviene tener en cuenta que nos encontramos en un nivel de producción en el que la curva de oferta del petróleo es totalmente inelástica: es decir, que la cantidad de petróleo extraída anualmente es absolutamente independiente de los precios. Esto es: el hecho de que aumenten los precios no va a hacer que las empresas petrolíferas extraigan más o inviertan más en nuevas prospecciones en busca de mayores ingresos por la venta del crudo. Se encuentran restringidas por algunas barreras que se detallan al final de este texto.

Curva oferta petróleo

¿Por qué han bajado los precios? Como sostiene Ugo Bardi en su artículo (en inglés) "Los precios del petróleo siguen bajando, pero esto no es una buena noticia", fundamentalmente por la caída de la demanda (fruto de la crisis, coyunturalmente) y por el aumento de la oferta a raíz de la explotación masiva de pozos de petróleo no convencional en EE.UU. en los yacimientos de lutitas. Pero, si la cantidad de petróleo extraída está aumentando, ¿no desmiente esto también la llegada del pico del petróleo? En absoluto. La Agencia Internacional de la Energía ya reconoció en 2010 que la cantidad de petróleo convencional extraída anualmente había entrado en declive en 2006. No obstante, esta disminución se está viendo compensada (y superada) por la extracción de petróleo no convencional, un combustible más costoso de extraer y refinar, y con una menor capacidad energética que el petróleo convencional.

CONSECUENCIAS: FLOR DE UN DÍA

En ‘Snake Oil’, Richard Heinberg demuestra que la extracción de petróleo no convencional en Estados Unidos no solo es un pésimo negocio a medio plazo, sino que su fomento es una catastrófica política de desarrollo regional, pues los rendimientos económicos a corto plazo pronto desaparecerán como consecuencia del rápido agotamiento de estos pozos. Recientemente, El País publicaba el artículo “Surfeando sobre petróleo” en el que se relatan algunas obras disparatadas que se están llevando a cabo en algunos Estados afectados por la burbuja de las lutitas, como la piscina de olas de 76 millones de dólares de Willingston (40.000 habitantes).  Como punto positivo cabría decir que ahora gastarse los réditos de la burbuja inmobiliaria en aeropuertos parece menos estúpido.
Tan solo durante el primer año de explotación, la tasa de extracción de estos pozos petrolíferos decae un 70% y Heinberg estima que antes de que termine esta misma década, estos yacimientos contarán con una cantidad de combustible tan baja que lo más rentable para las empresas extractoras será cerrar la explotación.

Fuente: Heinberg (2014) Snake Oil


Por lo tanto, esta caída en los precios es puramente artificial y flor de un día. Hay quienes equivocadamente piensan que el pico del petróleo se reduce a la obviedad –que, no obstante, conviene recordar– de que el petróleo es un recurso limitado y se está acabando. Todavía queda, físicamente, petróleo y combustibles fósiles suficientes como para prolongar su era muchísimo tiempo más. Sin embargo no se trata de eso, sino de una cuestión de gestión de recursos: el problema no es que el petróleo se agote –que también– sino que el petróleo técnicamente extraíble, económica y energéticamente rentable es cada vez menor. Desde el año 2006 la cantidad de petróleo convencional extraído anualmente es menor mientras la demanda crece (en tendencia, más allá de la actual coyuntura) y los cada vez más infrecuentes descubrimientos de nuevos yacimientos (lo que puede permitir ligeros crecimientos de la oferta) se apoyan cada vez en mayor medida en petróleos no convencionales. Tan solo este choque entre una demanda que tiende a crecer (empujada por los países emergentes) y una oferta estancada bastaría a cualquier diseñador de política económica y/o energética con dos dedos de frente para prever, al menos, que los precios tenderán a subir y, siendo más exigentes, a cambiar el modelo energético. Por si no fuera este un conflicto menor, los petróleo no convencionales (los que están sosteniendo la oferta) son más caros de extraer, sujetos a tasas de agotamiento mayores y con tasas de retorno energético (la cantidad de energía que logramos extraer por cada unidad de energía que empleamos para obtenerla) menores. Con este panorama, el futuro más plausible es más bien el de restricciones en el suministro energético, como recientemente advertían investigadores de la Universidad de Valladolid, así como la volatilidad en los precios del petróleo, aunque con una clara tendencia al alza (ver gráfico inferior, realizado en 2013, por lo que no refleja la actual caída). 


Por lo tanto, ni las bajadas de precios son una buena noticia para el futuro de la fuente energética a la que nuestras sociedades son adictas, ni su futura alza permitirá acometer una transición gradual que impida el agotamiento del petróleo (pues la cantidad extraída es independiente de los precios, como hemos visto). Lo más probable, no obstante, es que el petróleo nunca termine de agotarse, es cierto, pero el coste de extraerlo y la menguante cantidad de energía que nos proporcionará (por su menor tasa de retorno energético) harán inviable el modelo económico y social sobre el que hemos descansado el último siglo y medio. Lo más inteligente, como especie, sería planificar una transición que ya es difícil de acometer sin shocks traumáticos debido a las inercias existentes (una de ellas, nada menos que un calentamiento global que no detendría su avance ni aunque no quemaramos ni una sola gota de petróleo más). Para esto no hay atajos, ni trampa ni cartón.