lunes, 3 de marzo de 2014

La UE ante el conflicto ruso-ucraniano: lo tenemos crudo


En un anterior post comentaba la encrucijada de Ucrania entre acercarse a la Unión Europea o seguir mirando hacia Rusia. El acceso al petróleo y al gas consumidos por los europeos occidentales era una pieza funadamental en este puzzle. El metabolismo económico de los países consumidores de petróleo, como lo son los europeos, drena anualmente en torno a un 4% del PIB para la importación del crudo. En el mapa inferior aparecen coloreados en rojo los países importadores netos de petróleo y en verde los exportadores netos. Efectivamente, tan solo Noruega y Dinamarca son del segundo equipo, con la peculiaridad de que Noruega no pertenece a la UE -lo que encarece el comercio del crudo- y que Dinamarca es exportadora neta por su bajo consumo debido a que ya abordó una transición energética en los años 70. Europa, en términos generales, siempre ha sido importadora neta de petróleo y nos encontraríamos con un dibujo idéntico en lo que se refiere al gas. Todos estos flujos de energía pueden consultarse aquí: http://mazamascience.com



En el caso de Noruega, principal suministrador europeo de petróleo, hay que tener en cuenta que alcanzó su techo del petróleo en torno al año 2.000, lo que quiere decir que cada año extrae una cantidad cada vez menor del combustible. Si recordamos la vital importancia de los combustibles fósiles en el metabolismo socioeconómico, sosteniendo la agricultura intensiva actual -y por lo tanto la alimentación- la calefacción y el transporte, nos daremos cuenta de la vulnerabilidad y dependencia europea respecto a estos. 
Una vez sentadas estas bases hay que preguntase qué país o países suministran principalmente a Europa estos combustibles fósiles que su metabolismo económico demanda. Nada menos que un 46,4% del petróleo importado por Europa procede de Rusia y su entorno socioeconómico y un 34,5% del gas importado proviene tan solo de Rusia. (BP Statistical review).

Entre 2004 y la actualidad han venido sucediéndose en el Gobierno ucraniano gabinetes pro rusos -con Yanukóvich a la cabeza- y pro europeos - Timoshenko- que fueron enfriando las relaciones entre Rusia y Ucrania. Uno de los reflejos de esta tensión internacional fueron los distintos acuerdos sobre el precio del gas que Rusia vendía a Ucrania como principal vía de entrada a su mercado fundamental: Europa Occidental.


La disputa adquirió tintes dramáticos cuando Rusia dejó sin calefacción a media Europa en el frío invierno de 2009 al cortar el suministro de gas a través de Ucrania. El conflicto no hizo sino demostrar a Rusia que una Ucrania independiente era definitivamente un problema y que en tanto esto siguiera así, debía buscar alternativas. Así, la contrucción del gasoducto del Mar Báltico se aceleró, siendo culminada en 2011 y garantizando el acceso al Norte de Europa sin tener que lidiar con la revoltosa Ucrania. Pero para competir con los países del Norte de África también debía acometer la construcción de una ruta estable a través del Mar Negro si quería llegar al Sur de Europa. Ucrania, agobiada por las revueltas en las calles, firmó en noviembre de 2013 un acuerdo con Europa para la exploración marítima de gas y petróleo conjunta en el Mar Negro. Esto podría explicar, por otro lado, por qué Rusia tampoco ha sido especialmente amable con Yanukóvich tras el golpe de Estado sufrido en su país. 

Con el suministro al Norte de Europa asegurado, la díscola Ucrania en manos de los nacionalistas pro europeos y la ruta del Sur todavía en entredicho, Rusia invade militar y sigilosamente la península de Crimea, un faro que domina estratégicamente el Mar Negro. Pero puede que Rusia no se conforme con Crimea puesto que, como vemos en el mapa, otro gasoducto transucrre por la zona Este de Ucrania y es posible que también quiera asegurarlo. Desde luego, apoyos entre la población, como ha sucedido en Crimea, tampoco le van a faltar.

Estamos tristemente acostumbrados a la existencia de guerras por los recursos, cuyo número sin duda irá en aumento por el agotamiento de estos -si no cambian los patrones de consumo de los países desarrollados y los países en desarrollo no optan por otra vía- pero esta tiene algunas peculiaridades. Este tipo de guerras son lamentablemente habituales en África e, incluso, EE.UU. ha protagonizado varias en las últimas décadas en Oriente Medio. Por primera vez desde que acabara la guerra fría está habiendo un enfrentamiento -verbal, eso sí- explícito entre Rusia y los países de la OTAN, con EE.UU. a la cabeza. Estos fantasmas revividos, con EE.UU. debilitado y una Unión Europea inoperante allanan el camino para que Rusia vea allanado el camino para lograr sus objetivos estratégicos. 

La ineficacia de la política exterior europea derivada de la inexistencia de una posición común es de sobra conocida, pero en este caso ni siquiera podrá resultar creíble cualquier intento de firmeza. La dependencia energética de la UE con Rusia es de tal envergadura que nada podrán esperar los rebeldes ucranianos de sus vecinos occidentales por los que suspiraban. La UE trata a sus miembros, especialmente a los menos desarrollados, con la política del palo y la zanahoria, pero en el caso de Ucrania solo habrá palo. Y la zanahoria es un arma de doble filo, pues Bruselas ya ha ofrecido un préstamo de 11.000 M € a Kiev que, como siempre, traerá consigo recortes sociales que ya han sido anunciados por el nuevo Gobierno. En definitiva, como señalaba en el post anterior, mal negocio para la nueva Ucrania, que corre el riesgo de ver su país partido en dos, traicionada por sus supuestos aliados europeos y con el enemigo a las puertas. La UE tampoco saldrá precisamente bien parada, con una Rusia envalentonada y mayor poder de negociación en la venta de los recursos de los cuales depende y probablemente con un nuevo ridículo internacional en materia diplomática. Por último, la acción unilateral tomada por Rusia sentará un mal precedente -ya lo había hecho en 2008 en Georgia, pero el peso geoestratégico de la república ex-soviética es mucho menor que el de Ucrania- en tanto que esta parecía ser una acción reservada para la todavía potencia hegemónica, EE.UU. La lucha por los recursos cada vez se emprende con menor sutileza, al ritmo que estos van haciéndose cada vez más escasos. Si no cambios de modelo, este tipo de conflictos se reproducirán en el futuro con terribles consecuencias para el planeta y las personas que lo habitamos y las que -oh, desgracia- tengan que habitarlo en el futuro.

De una cosa sí podemos tener certeza, y es que en estos momentos, Dinamarca es la nación menos preocupada por la crisis ruso-ucraniana de toda Europa.