jueves, 17 de julio de 2014

Última llamada, aprender de la experiencia y cambiar los imaginarios para la transición

Enseñanzas del "laboratorio cubano".


Históricamente, la especie humana ha desarrollado una capacidad patológica para negar de manera instintiva la posibilidad de que nuestra civilización colapse. Durante mucho tiempo, por ejemplo, se negaron los numerosos descubrimientos científicos que revelaban la existencia de procesos masivos y caóticos de extinción como el sufrido en el Cretácico en los que las especies que sobrevivían y recogían el testigo como pobladoras dominantes del planeta lo hacían más por azar que por superioridad biológica (Leakey, Richard y Lewin, Roger, 2008). Detrás de está visión lineal de la historia, que eleva la teoría de la evolución a dogma de fé –paradójicamente tras años de persecución religiosa– se esconde un enfoque antropocéntrico que busca justificar la creencia en que el ser humano es la culminación de este proceso evolutivo, rechazando intuitivamente cualquier advertencia próxima a la noción de colapso, tachándose de apocalípticas. Tras la aparición del manifiesto “Última llamada”en el que se hace un llamamiento –valga la redundancia– a repensar unos modelos socioeconómicos que nos abocan al colapso (agotamiento del petróleo, cambio climático)  este tipo de consideaciones no se han hecho esperar. 

Es el caso del artículo publicado en el blog Politikon, acudiendo a una serie de manidos argumentos eficazmente replicados por David Ruíz en su blog. En el citado artículo, como es habitual, las acusaciones de catastrofismo vienen acompañadas de cerrados –e incluso fervientes– alegatos sobre las bondades del actual sistema socioeconómico pero, sobre todo, acerca de la capacidad de la tecnología para sobrepasar los límites que impone la naturaleza. Parece, según este tipo de críticas, que los llamamientos, siempre apoyados en datos, a revisar unos patrones de producción y consumo que generan impactos en el medio ambiente que pueden desbordar nuestra capacidad para sostenernos en el tiempo como civilización, provinieran de posiciones casi místicas, que desconfían de todo elemento tecnológico y que renuncian al bienestar de la humanidad. Esta asunción descansa en el error de relacionar tanto el concepto de bienestar como toda tecnología, los sistemas y las evoluciones tecnológicas con los patrones en los que se sitúa el actual modelo socioeconómico.

Efectivamente, si asumimos que el bienestar se alcanza, como entiende el artículo de Politikon, a través de un crecimiento material y en un uso de la energía que no puede extenderse en el tiempo, estaremos dándonos de cabezazos con los límites de la naturaleza. Esto nos lleva a la conclusión de que la humanidad no debe necesariamente renunciar al bienestar como tal, sino más bien trasladar el objetivo de la economía a su matriz: satisfacer las necesidades humanas. En este sentido, la experiencia de transición hacia niveles de menor dependencia del petróleo vivida tras su Período Especial en Cuba puede servirnos para extraer algunas enseñanzas de utilidad, tanto de sus luces como de sus sombras, desgranadas estas últimas acertadamente por Emilio Santiago Muiño en el último número de la Revista de Economía Crítica.

La sociedad cubana, obligada por las circunstancias, llevó a cabo una transformación de gran calado. Se descentralizó la producción de energía con pequeñas plantas más eficientes que las viejas centrales construidas con anterioridad al que denominan como Período Especial, se estimuló la actividad económica en el mundo rural y se transitó hacia un modelo agrícola ecológico con aportaciones de la permacultura, que representaba en 2008 en torno a un 80% del total (Bermejo, 2008). La agricultura cubana, orientada anteriormente a los monocultivos para la exportación de azúcar, caminó hacia un modelo en el que, en 2006, el país producía el 65% de los alimentos que necesitaba para cubrir sus necesidades, descendiendo la dependencia de importaciones en las últimas décadas (Murphy, P. y Morgan, F., 2013).  Al abrazar los principios de la agroecología, Cuba apostó por un modelo menos intensivo en la utilización de un petróleo (pesticidas, fertilizantes, transporte) del que carecían, contribuyendo con ello a una mejor seguridad y soberanía alimentaria, así como a reducir drásticamente su huella ecológica y la brecha entre esta y su biocapacidad.



Fuente: Global Footprint Network

El agravante de la situación cubana por el bloqueo comercial de EE.UU. fue contestado con acuerdos de cooperación con otros países del entorno, con los que intercambia los servicios en los que es puntera mundial (médicos, investigadores) por el petróleo que todavía consume hoy en día y otros bienes que necesita importar. Hoy en día, Cuba tiene un nivel de consumo energético en términos de toneladas de petróleo equivalente por persona de 1,03 muy inferior a la media mundial (1,80), muy por debajo de EE.UU. (el mayor de todos, con un 7,03) y también por debajo de los países de América Latina (1,80). Asimismo, presenta unos niveles de emisiones de CO2 en toneladas por persona de 2,40, también por debajo de la media mundial, EE.UU. y América Latina: 4,29, 16,0 y 2,16 respectivamente (International Energy Agency, 2011). El resultado es un ejemplo de cómo un país puede, incluso en una situación de carácter incidental, no anticipada, reducir su presión sobre el medio ambiente y acercarse al cumplimiento de los requisitos de sostenibilidad sin hacer sufrir sus niveles de desarrollo humano. De hecho, su Índice de Desarrollo Humano (IDH), con todos los problemas que supone este indicador como la inclusión del PIB per cápita, presenta un nivel superior al de su entorno (0,780 frente al 0,741 de América Latina y Caribe) y que, como muestra el gráfico inferior, ha persistido en su mejora desde que se llevó a cabo la transición (UNDP, 2013).


Fuente: UNDP, 2013

En definitiva, la última llamada para cambiar el modelo socioeconómico no es un llamamiento a volver a las cavernas, sino más bien todo lo contrario. Se trata de replantear y reconstruir los conceptos y modelos de desarrollo que imperan en el imaginario colectivo. Para ello probablemente no baste la concienciación, sino que más bien este cambio en las concepciones de las funciones que debe cumplir la economía deben venir de la propia experiencia de iniciativas surgidas a nivel local y apoyadas –manteniendo su autonomía– desde  las instituciones allá donde se pueda. Hay que entender el cubano como un caso de laboratorio en el que ya ha sido ensayada una transición que no ha de idealizarse, pues aunque desde luego sitúa a la isla en una posición ventajosa para afrontar shocks futuros,  fue incompleta, tiene sus limitaciones y en ella están resurgiendo con fuerza los patrones culturales de los viejos modos de producción y consumo (Muiño, 2014).



 

Referencias.


 

Bermejo, R. (2008). Un futuro sin petróleo. Colapsos y transformaciones socioeconómicas. Madrid: Centro de Investigación para la Paz.
Global Footprint Network. (s.f.). Obtenido de http://www.footprintnetwork.org/es/
International Energy Agency. (2010). World Energy Outlook 2010. Paris: IEA Publications.
Leakey, Richard y Lewin, Roger;. (2008). La sexta extinción. El futuro de la vida y de la humanidad. Barcelona: Tusquets.
Muiño, E. S. (2014). Obstáculos para la transición socio-ecológica: el caso de Cuba en el "período especial". Revista de Economía Crítica(17), 118-135.
Murphy, P. y Morgan, F. (2013). "Cuba: lecciones de un decrecimiento forzoso". En E. Assadourian, & T. Prugh, La situación del mundo en 2013. ¿Es aún posible lograr la sostenibilidad? (págs. 487-503). Barcelona: Icaria.
UNDP. (2013). Human Development Report. Explanatory Note on 2013 HDR composite indices. Nueva York: United Nations Development Program.