lunes, 5 de septiembre de 2016

EE.UU y China sentencian al planeta.

Obama y Xi Jinping


"Algún día veremos esto como el momento en que finalmente decidimos salvar nuestro planeta"






El pasado viernes Barack Obama anunciaba a bombo y platillo que, aprovechando  la cumbre del G20, China y EE.UU. ratificarían el Acuerdo de París, salvando así nuestro planeta. Tras no haber ratificado el Protocolo de Kyoto, el mero hecho de que EE.UU. firme un acuerdo climático puede resultar ilusionante a simple vista para la opinión pública. Además del obstruccionismo de EE.UU., la reticencia de los países no industrializados a transitar vías de desarrollo sin combustibles fósiles, exentos de responsabilidad en su agotamiento y consiguientes emisiones pasadas, invita a pensar que la suma de China es también una grandísima noticia. Pero, ¿sabemos qué es lo que han firmado ambos países? 

Históricamente, los acuerdos climáticos eran denominados como top-down, es decir, una modalidad en la que se establecía un marco global e integrado con responsabilidades diferenciadas entre los países. El Protocolo de Kyoto, el acuerdo más ambicioso hasta la fecha, marcaba como objetivo una reducción del 5% de las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) a nivel global para 2008-2012 con respecto a 1990, con una mayor responsabilidad de los países denominados Anexo I (los países industrializados).  Sin embargo, el Acuerdo de París ha sido un acuerdo bottom-up, en el que cada país ha hecho su propia contribución voluntaria y en la que todo mecanismo de cooperación internacional no responde a una estrategia global, sino proyecto a proyecto y habitualmente regido por mecanismos de mercado como el comercio de permisos de emisiones.

Por lo tanto, lo que se ha ratificado este viernes es una reducción del 13% con respecto a 2005 por parte de EE.UU y un aumento de un casi 40%* de las emisiones respecto al mismo año correspondiente a China. Es decir, a nivel global, se trata de un aumento de emisiones que tiene doble gravedad añadida: 1/ al establecer 2005 como año base en vez de 1990, las emisiones totales son aún mayores, pues en 2005 fue el año de mayores emisiones mundiales y además desde entonces ya comenzaron a caer debido a la crisis; 2/ Ambos son los mayores emisores de GEI del planeta, por lo que aumentos por su parte también suponen un mayor total de GEI emitidos a la atmósfera, que si se tratara de cualquier otro país.

Emisiones por sectores en EE.UU (1990-2012)

Fuente: EPA Enlace (2014).

El acuerdo no supone un hito que vaya a revertir un modelo de economía fósil sino que más bien, rema a favor de corriente de las dinámicas que impone el diseño de la economía mundial. Es lo que se llaman filtraciones: si algunos países tienen la obligación de reducir sus emisiones y otros pueden aumentarlas, lógicamente se producirá una trasvase de industrias sucias de aquellos a estos. La abolición irrefrenable de las barreras comerciales y de capitales comenzada tras la Segunda Guerra Mundial establece el marco perfecto para dar rienda suelta a estas dinámicas. Un caso extremo es el vivido con el TLC entre México y EE.UU. por el que los productos que consumen los estadounidenses trasladaron su producción al norte de México -las denominadas maquilas- con menos restricciones ambientales y laborales. Curiosamente, la pérdida de este empleo de bajísima calidad está siendo utilizada por el candidato Donald Trump, cuya cruzada racista no se entendería sin tener como poso la seducción a las clases populares que sufren el desempleo y la precariedad en EE.UU. 

De esta manera, el Acuerdo de París es un guante a medida de estas nocivas tendencias. Los países anteriormente conocidos como "industrializados" cada vez serán más países "consumidores" de productos producidos a miles de kilómetros, con menores exigencias ambientales, laborales, democráticas, etc. Según el IPCC, aumentos en las emisiones del volumen que anticipan estos anuncios -y los que están por llegar del resto de países prácticamente garantizan aumentos en las temperaturas de al menos 3ºC, con las graves consecuencias que esto trae consigo: problemas para cultivos importantes para la alimentación, fenómenos meteorológicos extremos, subida del nivel del mar, etc. El acuerdo firmado por EE.UU. y China, por lo tanto, debería ser más una llamada de atención sobre la incapacidad de los gobiernos para poner freno a un modelo socioeconómico que es, a todas luces, insostenible.


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* Asumiendo un crecimiento económico 2020-2030 según las previsiones de la OCDE.

jueves, 21 de enero de 2016

Las cuatro claves de la crisis latente

crisis
Cuando irrumpió la Gran Recesión, la Reina de Inglaterra preguntaba en la London School of Economics cómo era posible que ningún economista la hubiera previsto. El hoy gurú económico de Ciudadanos, Luis Garicano, contestó que "en cada etapa, alguien confiaba en otro alguien, y cada uno pensó que hacía lo correcto". Es decir, quienes pilotaban el tren hacían lo correcto, no recibieron ningún aviso de la sala de máquinas pero, inexplicablemente, alguna pieza falló e hizo que el tren descarrilara. Sin embargo, economistas críticos llevaban años avisando de que algo gordo podía pasar. 
La crisis que nació en 2008 nos acompaña tan persistentemente que se podría decir, incluso, que nos hemos acostumbrado a ella. A su brutal normalidad. Tal es así que los nuevos indicios de que la Gran Depresión va a entrar en su 'segundo round' parecen estar pasando inadvertidos o, al menos, no se les está prestando la atención que requerirían. Con el objetivo de que economistas como Luis Garicano no puedan volver a repetir impunemente su fatídica frase, aquí van las 4 claves por las que la crisis va a volver a golpear.

1- Seguimos en el 'primer round'. El régimen de la "demanda tensionada".

Empleo e Inversión crisis
Fruto del desmantelamiento progresivo del Estado del Bienestar, la caída de los salarios reales y el aumento de la desigualdad bajo el 'statu quo' neoliberal, la caída del poder adquisitivo de la gran mayoría de la ciudadanía mantiene la demanda, el consumo, a régimen. Vivimos bajo el régimen de la "demanda tensionada". Así, durante los primeros compases de la Gran Recesión, el golpe fue tan fuerte que los dirigentes mundiales parecían decididos a hacer algo, incluso "refundar el capitalismo". Por el contrario, se emprendió un a carrera contrarreloj para socializar las pérdidas de la banca y apretar aún más la demanda mediante las políticas de austeridad
Tanto en EE.UU. como en Europa se promovió una caída del tipo de interés (mediante diferentes vías) con la esperanza de que el crédito volviera a regar la economía, creciera la inversión y, con ella, el consumo. No contaban (o sí) con la 'trampa de la liquidez': en un entorno de deflación (caída de los precios) es preferible conservar el dinero a invertirlo, sea cual sea el tipo de interés. Alguna mente desconfiada podría pensar que la bajada de tipos tan solo perseguía financiar prácticamente gratis a la banca quebrada. Por lo tanto, el crédito productivo no se ha restituido. Tampoco lo han hecho la inversión, ni el empleo ni, por lo tanto, el consumo.

2- Sin consumo no hay comercio.

Lógico: si la respuesta a la crisis no ha sido capaz siquiera de restituir la capacidad de compra de las ya depauperadas desde los años 80 clases medias y trabajadoras, el comercio mundial se ha de ver afectado. El "Índice Báltico" se creó en 1985 como una forma de medir la salud del comercio internacional. En 2008 ya anticipó la crisis con una brusca caída y la prensa económica alerta de que este índice no ha dejado de caer durante todo 2015 y que se encuentra actualmente en mínimos.

3- Sin comercio, China sufre.

China es la segunda potencia comercial del mundo por detrás de la UE-28, la primera si solo comparamos entre países y, además, el comercio exterior representa más del 40% de su economía. No es de extrañar por lo tanto que, con la demanda de los países consumidores estancada y el comercio internacional muy resentido, la economía China atraviese turbulencias muy serias. Tan serias como para que las autoridades chinas devaluaran el yuan para combatirlas hace ya medio año y sin éxito, pues asistimos las últimas semanas a jornadas en la Bolsa de Pekín realmente duras
Algunos economistas, viendo la que se les viene encima, abonan el camino para que se atribuyan las causas de este 'segundo round' de la Gran Recesión a fallas en la organización monetaria y, en concreto en su regulador: el Estado. Confunden causas con consecuencias. Las crisis siempre comienzan en la economía real y esta es sistémica.

4- Si China sufre, las materias primas sufren.

Cuando la economía de un país que alberga a 1 de cada 5 habitantes del planeta pasa por dificultades, la economía mundial no puede esquivar el embate. Si aprietas al régimen de la "demanda tensionada" con las políticas de austeridad europeas, la leve recuperación de EE.UU.-inmerso en la trampa de la liquidez- y le añades la caída del gigante asiático, las consecuencias para la demanda son realmente trágicas. El comercio de materias primas entre África (su principal suministrador) y China cayó un 40% el año pasado y lo seguirá haciendo. La consecuencia es que los precios de las materias primas están en caída libre, lo que es una buena noticia a corto plazo para sus consumidores -como es el caso de España con el petróleo- pero una muy mala a medio plazo para los productores. 
Las noticias de yacimientos de 'shale' en EE.UU. en los que se invirtieron cifras disparatadas que tienen que cerrar por los bajos precios del petróleo no dejan de sucederse. Sabiendo que la burbuja del 'fracking' (técnica mediante la que se extrae este petróleo no convencional) fue hinchada por el sistema financiero estadounidense, tenemos el cóctel listo para que el 'segundo round' de la Gran Recesión comience pronto. 

La crisis ya está en marcha, en realidad, desde los años 80, pues se trata de una crisis sistémica que tiene su origen en el régimen de la "demanda tensionada". Las señales están ahí y si se fían más del Royal Bank of Scotland... ¡vendan todo!



lunes, 24 de agosto de 2015

La crisis china y el petróleo: la vuelta de la Gran Recesión

China petróleo
China pierde fuelle. El gigante asiático ha pasado de una tasa de crecimiento medio del 7'4% entre 2010 y 2014 a una previsión de tan solo el 2,8% para 2015 según el Banco Mundial. Esa caída de más de 1/3 en el crecimiento de la economía China no tiene tan solo consecuencias inmediatas para el resto de la economía mundial, sino otras indirectas. En su expansión hacia una economía de mercado, China se convirtió en 2014 en la primera economía por PIB a nivel mundial, superando a EE.UU., por lo que si no nos extrañó que la crisis financiera del país americano hiciera temblar a la economía mundial, haríamos mal en quedarnos de brazos cruzados ante esta sacudida. 

China, cuyo crecimiento se ha sostenido durante estos años en la expansión inmobiliaria y, sobre todo, en las exportaciones, ha tomado la determinación de devaluar su moneda nacional (el yuán) para impulsar a las mismas. Esto efrenta a EE.UU. a un doble problema:


  • La capacidad de financiación de la economía China fue a parar en buena medida a comprar deuda estadounidense. Esta deuda se compró con yuanes que, tras la devaluación, tienen menor valor.
  • EE.UU. estaba a punto de llevar a cabo una operación para fortalecer el dólar, que se encuentra perdiendo valor frente al Euro en los últimos años. Si ya era difícil competir con las exportaciones chinas en la situación actual, la devaluación China hace la apreciación del dólar más peligrosa para la economía estadounidense. 

Además, China cuenta con reservas de prácticamente todos los recursos (incluso hay recursos, de alto valor económico, cuyas reservas se encuentran exclusivamente en territorio Chino). Las turbulencias en su economía han hecho que los precios internacionales de los recursos se desplomen, afectando directamente a otros grandes exportadores de recursos como Brasil.

Pero quizá lo más grave está pasando desapercibido. Como ya es sabido, la llegada del pico del petróleo en 2006 ha inaugurado una etapa de alta volatilidad en los precios del crudo, haciendo las inversiones en la búsqueda de nuevos yacimientos o nuevas técnicas de extracción, crecientemente inciertas. Los clásicos shocks del petróleo han respondido históricamente a su encarecimiento (crisis del 73 y del 79), pero en el futuro, la crisis probablemente adquiera un carácter más sistemático vinculado a la volatilidad de su precio.  En la actualidad nos encontramos en una fase bajista, con los precios del petróleo por los suelos. 

El petróleo es una materia prima que, en el mercado internacional, se comercia en dólares. Esta es una cuestión geoestratégica de tanta importancia, que fue uno de los principales motivos de la invasión de Irak en 2003, pues Saddam Hussein había amenazado muy seriamente con empezar a vender en Euros su crudo. No solo es que al ralentizarse la economía China el propio sistema socioeconómico vaya a demandar menos petróleo para sus automóviles, aviones, industrias, etc. La devaluación del yuán, es decir, su pérdida de valor, hace más difícil la compra de dólares para adquirir el petróleo (máxime si la Fed lleva a cabo la apreciación de su moneda). La doble caída de la demanda China de petróleo, es muy probable, empujará los precios todavía más hacia abajo. Para un país importador como España esto, de manera directa, es una buenísima noticia en términos macroeconómicos, ya que tendría un efecto positivo sobre el crecimiento del país. No obstante, en EE.UU. esto puede desatar una crisis de consecuencias nefastas.

rentabilidad fracking
Línea de rentabilidad de los pozos de fracking. La línea representa
el precio del petróleo hace unos meses, la barra, el precio al que cada 
yacimiento es rentable.
El llamado "milagro del fracking" en EE.UU. ha consistido en lograr que el país vuelva a liderar las listas de países productores de petróleo. Lo ha conseguido a través de una nueva técnica que simplemente dejará de ser rentable si los precios siguen cayendo. Ya había expertos que cuestionaban su rentabilidad con los precios anteriores a la última caída (superiores a 100 $/barril), pero es que con los niveles de los últimos meses la mayoría de los pozos estadounidenses estaban en serio peligro -como se puede apreciar en el gráfico adjunto- y, si estaban logrando sobrevivir, era fundamentalmente por la protección de los seguros de precios que tenían contratados y por la burbuja especulativa que rodea a este 'boom', espoleado sin disimulo por el Gobierno de Obama. Es tal la euforia que los más exaltados hablaban de América Saudí y, en las regiones donde se ha utilizado esta técnica de extracción se ha desatado una fiebre similar a la del oro en el siglo XIX. La burbuja del 'fracking' ha motivado la aparición en estos Estados de proyectos tan estúpidos que recuerdan al despilfarro que hemos vivido en España, como es el caso de la gran piscina de olas construida en Dakota

Es difícil exagerar las consecuencias del pinchazo de la burbuja del fracking (que habría tenido lugar de todos modos, más tarde o más temprano, pues las tasas de agotamiento de estos pozos son exponenciales), pues sus mismos promotores son los que la han elevado a motor económico en EE.UU. 

Nos encontramos ante un panorama de una complejidad extraordinaria y que nos conduce, aparentemente y si no cambian muchas cosas, hacia una nueva Gran Recesión.

miércoles, 5 de agosto de 2015

TRAMPAS AL SOLITARIO

BREVE DISECCIÓN DEL PLAN DE OBAMA CONTRA EL CAMBIO CLIMÁTICO

Obama Clean Power Plan
Obama presentaba ayer su Clean Power Plan
El Plan de Obama contra el Cambio Climático ha irrumpido con fuerza y supone un empujón para la política medioambiental –y, por lo tanto, económica- que ofrece ciertas esperanzas para la Conferencia de París del próximo otoño, al menos en cuanto a la predisposición del mayor contaminador del planeta. Una cita que se ve desde el movimiento ecologista con la desesperanza de quienes han seguido una sucesión de “oportunidades perdidas” en los últimos años, conferencia tras conferencia.

El Clean Power Plan de Obama plantea una reducción del 32% en las emisiones de Gases de Efecto Invernadero (GEI) para el año 2030 gracias a la promoción de las energías renovables, la eficiencia energética y el abandono de las energías sucias. De antemano, luchar contra el cambio climático a través de una transición energética es el mayor de los aciertos del plan, pues el 84% de las emisiones de GEI en EE.UU. proviene del sector energético (2013, EPA). Por desgracia, esto ha de ponerse en contexto para poder juzgar el plan con rigor.

Según la EPA (Agencia de Protección Ambiental de EE.UU., en sus siglas en inglés), el 80% de los GEI emitidos en EE.UU. provienen de la utilización de combustibles fósiles. Aunque en el plan se habla del sector energético, en realidad se está refiriendo a la generación de electricidad. Buena parte del consumo energético se produce en el transporte o en la calefacción de los hogares, donde son importantes el petróleo y el gas natural, dos de los combustibles fósiles (faltaría el carbón, con más implantación en la generación eléctrica), por lo que queda fuera del plan una parte importantísima de las emisiones de GEI. Obama aprovecha la explosión del fracking, con la que EE.UU. ha conseguido aumentar de forma explosiva su producción de petróleo no convencional y gas natural. Las emisiones por carbón se han reducido en los últimos años por este desplazamiento hacia el gas natural, algo que Obama no ve con malos ojos a pesar de que –aunque menor- también es fuente de emisiones y de que los expertos calculan que antes de finalizar la presente década, la extracción mediante fracking comenzará su declive
Los planes de transición hacia economías bajas en carbono tienen como objetivo de fondo alcanzar el objetivo, definido por el IPCC, de tratar de evitar que el calentamiento del planeta supere los 2ºC respecto a los niveles preindustriales. Para ello, se calcula que es necesaria la reducción de emisiones de GEI hasta alcanzar una concentración de los mismos en la atmósfera inferior a las 350 ppm, sabiendo que recientemente superamos las 400 ppm. La comunidad científica calcula que para lograr este objetivo, es necesaria una reducción de emisiones en 2030 del 40% respecto a los niveles de 1990. La reducción prometida por Obama falla en este objetivo por tres razones: 1/ La cifra (32%) ni siquiera alcanza la necesaria; 2/ la reducción se plantea respecto a los niveles de 2005, año en que se alcanzó un máximo en esa variable, lo que implicaría una cifra menor respecto a 1990: tan solo el 20%; 3/ además, el 32% de reducción no se dirige a las emisiones de toda la economía, sino tan solo al sector energético, lo que hace que la cifra final sea todavía inferior a ese 20%.


Lograr una transición hacia una economía hipocarbónica exige esfuerzos mayores en la reducción de emisiones, quedándose el plan de Obama bastante lejos (menos de la mitad) de los objetivos que señala la comunidad científica. Esta exigencia pasa por planes poliédricos, que contemplen todos las caras del problema y no solo una (la generación eléctrica). El fomento de las energías renovables y la eficiencia no bastan para lograr el tercer objetivo de abandono de las energías sucias (combustibles fósiles y nuclear, pero este es otro tema). Esto debe ir acompañado de un urbanismo más compacto que reduzca las necesidades de transporte, el fomento del transporto público, la electrificación del transporte en su conjunto, la reducción de los requerimientos de energía y energía sucia de los hogares a través de la energía solar térmica y el diseño inteligente,  el fomento del comercio local, el abandono de la agricultura industrial fuertemente dependiente del petróleo y la vuelta a los eficientes métodos de la agricultura tradicional, y un largo etcétera de medidas que no solo serían más eficaces en la lucha contra el cambio climático, sino que contribuirían al bienestar más inmediato de la sociedad.

jueves, 9 de julio de 2015

Pensamiento mágico (I): la tecnología al rescate


LAS INEFECTIVAS (Y DISPARATADAS) SOLUCIONES TECNOLÓGICAS A LA CRISIS SOCIOECOLÓGICA

Se calcula que el consenso científico sobre el origen humano del calentamiento global ronda el 97,1%. Los más de 200 años quemando carbón, petróleo y gas natural emiten partículas (el 80% según la Agencia de Protección Ambiental de EE.UU.) de Gases de Efecto Invernadero (GEI) que se acumulan durante centurias en la atmósfera, calentando el planeta.

Estas dos crisis paralelas, que se retroalimentan, de recursos (pico del petróleo) y de residuos (gaseosos:el calentamiento global) despiertan el temor -real- del colapso, difícil de asumir por un imaginario colectivo que tiende a defenderse a través de la negación, rechazando normalmente como catastrofistas estas evidencias empíricas: el negacionismo climático. Esta reacción visceral viene completándose en los últimos años con otras formas de negación, en este caso, de las políticas que exige la transición. En particular, la creencia de que, aunque no exista aún, tendrá lugar alguna revolución tecnológica que vendrá a salvarnos en el último momento o que, simplemente, la propia lógica de los mercados puede generar los mecanismos para que se complete una transición gradual con éxito. Este tipo de pensamiento mágico es tan solo un bálsamo que calma nuestra mayor ansiedad colectiva:asumir que las cosas nunca serán como antes, pues nuestro modelo socioeconómico no es compatible con los límites naturales.

He dividido este post en dos, para hablar en este, tras la introducción, de algunas de las propuestas más significativas provenientes del pensamiento mágico asociado a la tecnología. En un siguiente post se abordarían los límites de los mecanismos de mercado para hacer frente a los retos del futuro próximo, de la mano del fundamentalismo de mercado, tan pernicioso también en otras esferas de la vida.

Petróleo no convencional: juntar el hambre con las ganas de comer.


El petróleo convencional alcanzó su extracción máxima en torno a 2006, según la AIE (2010). El petróleo convencional es el que mayor rentabilidad energética ofrece (energía obtenida por unidad de energía empleada para obtenerla) y el de menor coste de extracción.

El petróleo no convencional ha logrado aumentar las reservas de petróleo a través de una inversión tecnológica que permite acceder a reservas antes tecnológicamente inviables como el petróleo o gas que no se encuentra en grandes bolsas sino incrustado entre los poros de las rocas (fracking) o que se encuentra en aguas muy profundas. Todo ello hace que la rentabilidad energética y económica de su extracción sean decrecientes, una especie de frustrante huida hacia delante, remando para ahogarnos en la orilla.

Además, la extracción mediante fractura hidráulica genera importantes problemas medioambientales, entre los que se cuenta una mayor emisión de GEI (en particular, metano) y sus pozos están sujetos a tasas de declive exponenciales, algo que augura el fin de la euforia de la "América Saudita" para antes del final de esta década. Estamos haciendo un pan como unas tortas. 

Geoingeniería: Guerra Fría contra el clima.

Durante la Guerra Fría se barajó la posibilidad de utilizar el clima como un arma contra el enemigo, generando tormentas en rutas de suministros o sequías en zonas de cultivo, por ejemplo. En este caso, la contienda no es ente dos naciones, sino entre la humanidad y nuestro propio planeta. Se trataría de enfriar el planeta emulando la acción de los volcanes, utilizando diversas técnicas para evitar que los rayos del sol alcancen la superficie con la misma intensidad. Algunas de estas técnicas consisten un fumigar las nubes con aerosoles de sulfato u otras tan disparatadas como establecer una barrera de satélites con espejos alrededor de la atmósfera. 

Estas técnicas presentan algunos límites muy importantes. Para empezar, una vez comenzado no podría detenerse, pues el enfriamiento es artificial y, si se detiene, las temperaturas cambiarían bruscamente a su estado habitual (han crecido 0,8ºC y se espera que durante este siglo se superen, al menos, los 2ºC si no se cambian las cosas) lo que desembocaría en una crisis climática menos gradual y más disruptiva. Por otro lado, se muestra profundamente inequitativo, pues al comenzar a ponerse en práctica, como los propios geoingenieros admiten, se producirían sequías persistentes en África y el monzón podría desaparecer o, al menos, verse perturbado. De esta manera, los costes del cambio climático serían asumidos por las poblaciones que menos responsabilidad han tenido en la creación del propio problema. Es como si tratáramos de evitar que viertan veneno a través de un embudo sobre nuestra boca tapando el orificio de su extremo (las consecuencias), en vez de dar un manotazo a la bote del veneno que se está vertiendo (las causas). 

Secuestrando CO2 (y con síndrome de Estocolmo)

Como la economía mundial tiene una dependencia patológica del petróleo, hay quien piensa que mejor que desengancharnos de nuestra particular droga, reduzcamos sus efectos sobre nuestro organismo para poder seguir disfrutando de ella. Se trata de capturar (sequestration) el carbono liberado por el sistema socioeconómico antes de que llegue a la atmósfera

Richard Branson, CEO del gigante Virgin (que ha saltado del negocio audiovisual al aeroportuario) lanzó el Earth Challenge, premiando con 25 millones de $ a quien fuera capaz de desarrollar un combustible limpio y viable para la aviación. Si el premio quedaba desierto, como aún sigue hoy, no había problema, pues el Plan B sería seguir emitiendo GEI con su flota de aviones, pero buscando capturar el carbono. Pues bien, no solo la tecnología de captura y almacenaje de CO2, la esperanza que se convirtió en decepción, es todavía insuficiente para succionar una cantidad significativa de gases, sino que la economía de mercado hace aparición para obstaculizar este desarrollo tecnológico, algo en lo que profundizaré en el siguiente post. Esta tecnología es extremadamente costosa y necesita clientes con los que financiarse, por lo que ese CO2 ha de comercializarse y la respuesta es...¡usándolo para extraer petróleo!, quemándose nuevamente en el proceso y acelerando las emisiones, pues el destino inexorable del petróleo extraído es quemarse en el motor de un coche o en un horno industrial. Una solución limpia, completa y elegante, sin duda.

Efecto rebote: dinero llama a dinero

La eficiencia energética es la fibra sensible de todo optimista tecnológico. Sin duda hay que hacer esfuerzos en mejorar la eficiencia energética (reducir la cantidad de energía necesaria para nuestra vida: iluminarnos nuestros hogares, cocinar...) pero, de nuevo, nos encontramos con un nuevo límite: el efecto rebote. Este efecto nos enfrenta con una realidad sarcástica, por cuanto las mejoras en la eficiencia energética activan reducciones en los precios que, en cómputo global, suponen un aumento de la demanda con la que la energía consumida es mayor después de la innovación que antes. Pongamos un ejemplo:

Los incrementos en la eficiencia energética en el transporte por carretera (millas por galón de combustible) se traducen en un aumento de las millas recorridas anualmente por los coches estadounidenses en el período analizado. O dicho de otro modo, las mejoras en la eficiencia inciden en un menor precio de la energía, lo que estimula su demanda al alza, compensando y sobrepasando la ganancia de eficiencia inicial.

Otros bálsamos contra la transición

El avión solar: El Solar Impulse es un avión que ya se ha probado, cuenta con más de 17.000 células fotovoltaicas en sus alargadas alas. Han logrado una densidad energética en sus baterías de litio suficiente para lograr almacenar energía para volar de noche. Sin embargo, su velocidad máxima son los 140 km/h, pero con solo dos personas a bordo. Con una prudencial cifra de 50 pasajeros (sin contar auxiliares de vuelo), el peso del avión se duplicaría, lo que descarta su viabilidad comercial por sus implicaciones sobre su velocidad (y quién sabe si sobre su propia capacidad de despegar). La cosa va lenta, muy lenta, y los aviones continuarán quemando queroseno crecientemente durante décadas (como poco y siempre que no se produzca un colapso antes).

La fusión nuclear: La energía nuclear actual se produce mediante la fisión (ruptura) de los átomos. La fusión nuclear implica la generación de  una energía "tan barata que no podría medirse" mediante el proceso inverso, emulando las poderosas reacciones que tienen lugar en el Sol. El problema es precisamente ese: la dificultad radica en obtener las altas temperaturas que requiere. "A la fusión nuclear siempre le quedan 50 años" y, de hecho, el programa ITER no deja de posponer la fecha objetivo para lograr dar con la clave para obtener esta energía. ¿Tenemos que seguir esperando a que suceda el milagro?

Tonto el último; la terraformación: La quintaesencia del negacionismo, es la búsqueda de otros planetas para su colonización. No solo es ciencia ficción -el último ejemplo lo tenemos en la genial Interstellar- sino que ya hay planes reales de terraformación de Marte. Qué duda cabe de que es imposible, pero por si fuera poco, el MIT ya lo ha desechado.

Este disparate es el que nos pone más alerta acerca del negacionismo. Nos da más miedo cambiar nuestro modelo socioeconómico para dejar de modificar el clima hasta el punto de tener que modificar el clima de otro planeta para poder habitarlo. En realidad no es una cuestión de preferencia, sino una huida hacia delante guiada por los mercados capitalistas, de lo que escribiré en el siguiente post.


*Muchas de las informaciones no referenciadas provienen del libro "Esto lo cambia todo: el capitalismo contra el clima", de Naomi Klein.





















jueves, 23 de abril de 2015

La encrucijada de Syriza: ¿reforma o ruptura?

La rebelión del Sur Europeo y la reinvención de la izquierda

Mucho se habló el domingo pasado sobre la entrevista de Jordi Évole al ministro de Economía de moda, Yanis Varoufakis, en Salvados. En televisión, el canal a través del que se distribuyen las ideas, se da contenido a los y constructor de paradigmas, como no podía ser de otra forma, trascendieron sobre todo las formas, el estilo y la imagen más que el contenido. Cada palabra, sin embargo, estaba preñada de posicionamiento político y estratégico, esto es: de elección. En el seno de Syriza conviven actualmente dos almas, al menos en cuanto a la estrategia de negociación con el Eurogrupo, de cuya pugna depende en buena medida el futuro de Europa.

Estas dos visiones, coinciden casi plenamente en el diagnóstico: en el contexto de una unión aduanera (libre circulación de mercancías entre países de la UE) entre países con estructuras productivas "de dos velocidades", la unión monetaria es una losa para los países de la Europa del Sur

No obstante, mientras Varoufakis sostiene que "el euro siempre estará en peligro hasta que completemos la unión que hemos dejado incompleta", otros destacados miembros de Syriza como el también economista Kostas Lapavitsas, afirman que  "si se quieren lograr cosas políticamente, tiene que cambiar el marco institucional. No hay otra manera. Para cambiar el marco, tienes que plantear la ruptura. Tienes que romper. No se puede cambiar el sistema del euro. Es imposible reformar la unión monetaria". El disenso no puede leerse con todo el rigor necesario desde la clásica confrontación en los programas de las izquierdas entre reforma y ruptura (revolución), ya que el propio Lapavitsas (reconocido marxista) reconoce que "no se requiere una revolución socialista en Grecia y no es necesario derrocar el capitalismo en Grecia para deshacerse de la austeridad. No. Pero lo que sí es necesario es deshacerse del marco institucional del euro". Syriza es el ejemplo vivo de la izquierda reinventada alejada de la izquierda del miedo patológico al poder, frecuentemente velado tras discursos barrocos dirigidos a las minorías cultas progresistas y tras una suerte de "esperanza" subyacente en que de las contradicciones del capitalismo surja mecánicamente ese nuevo orden al que naturalmente se verá llamada a acompañar y liderar.

De un lado, la construcción de una nueva Europa democrática, con instituciones fiscales y políticas capaces de establecer mecanismos de redistribución (sistema de pensiones, subsidios de desempleo comunes) que suavicen los ciclos y palíen solidariamente el drama social de los países del sur. Del otro, la salida ordenada y negociada (quita de la deuda, compromiso del BCE para sostener la devaluación de la nueva moneda nacional resultante) de la Unión Monetaria, la cooperación entre los países del Sur y la búsqueda de nuevos socios financieros (como nos enseña la experiencia ecuatoriana). 

Esta es la encrucijada europea y ya está siendo ensayada por una coalición de izquierdas de un pequeño país europeo, el más periférico de todos, en solitario y altamente endeudado con los bancos a los que los responsables del resto de los países del Eurogrupo representan. La pugna no es entre reforma y ruptura, sino entre democracia y tiranía. Como sucede con la crisis socioecológica, la transición ya está en marcha y queda saber si seremos capaces de resolverla de manera planificada (en este caso, a través de las negociaciones) o por colapso (lo más probable, con el altivo rechazo del Eurogrupo a cualquiera de las dos vías). A pesar de este más que probable colapso, la primera victoria ya se ha conseguido. No es tan importante (a día de hoy) la elección por parte de Syriza de una estrategia u otra (pues ambas son inasumibles por parte del Eurogrupo) como la relectura del papel de las fuerzas transformadoras, que no es otro que el de tomar las instituciones, asumir responsabilidades, con sus riesgos, y ganar las mayorías volcando el debate desde el polo reforma-ruptura(revolución) al de democracia-dictadura.

martes, 10 de febrero de 2015

No diga salarios ligados a la productividad, sino al PIB

La Patronal ha propuesto recientemente que los salarios crezcan o disminuyan según crezca o disminuya el PIB. La propuesta llama la atención en tanto que una forma de calcular en PIB consiste precisamente en la suma de la Renta de los Asalariados y la Renta del Capital. Se agregan todos las rentas salariales por un lado y todas las rentas del capital (alquileres inmobiliarios, dividendos de acciones, intereses de depósitos...), dando como resultado el PIB de un año*.

Es decir: proponen que el crecimiento de los salarios esté ligado a sí mismo, al menos en una proporción. En España, los salarios son una proporción de entre un 45% y un 50% entre 1996 y 2013 (PIB a precios de mercado, base 2010). Para facilitar los cálculos que haremos posteriormente, asumimos la conservadora premisa de que los salarios representan la mitad del PIB.

En primer lugar, observamos la evolución del crecimiento, de un año a otro, de los salarios con respecto al crecimiento el mismo año del PIB total. Como revela el gráfico, durante los años de bonanza los salarios crecían ligeramente por debajo del PIB y, tras un brevísimo ajuste en los primeros años de la crisis, los salarios crecen sustancialmente por debajo de él. Por ello, a priori, la propuesta de la patronal puede parecer una buena idea que habría neutralizado la redistribución regresiva de rentas que ha supuesto la crisis (más desigualdad en el ingreso y menor poder adquisitivo de la mayoría de la población).

Salarios PIB
Crecimiento interanual de los salarios y el PIB. Fuente: Elaboración propia a partir de INE.

No obstante, debemos tener en cuenta que el dato de la Renta de los Asalariados es una suma de todas las rentas de todos los trabajadores/as del país, por lo que su disminución no solo responde a a la caída real de los salarios tomados individualmente, sino también a que hay millones de salarios que se han dejado de cobrar por la destrucción de empleo. Esto es, estaríamos midiendo la distribución funcional de la renta, no la distribución personal.

Lo que sucedería, si lo medimos desde esta segunda óptica, sería lo siguiente:

1/ Se agravarían las desigualdades que la crisis ha intensificado.
2/ El poder adquisitivo de todas las personas asalariadas caería.
3/ La subida de los salarios no dependería del desempeño de los trabajadores/as, sino de los capitales. Se estaría ligando los salarios a la productividad, pero diciéndolo de una forma aparentemente neutra.

¿Cómo? Sirva un ejemplo. A un mismo nivel de empleo, si un primer año los salarios crecen un 3% y las rentas del capital otro 3% -asumiendo como decíamos, que cada parte supone la mitad del PIB, es decir, que afectan  con la misma intensidad al crecimiento del PIB, cada una aportando la mitad del crecimiento- al año siguiente se negociaría una subida salarial del 3% (1,5+1,5, la mitad aportada por cada variable). Si al año siguiente los salarios suben ese 3% y las rentas del capital un 2%, se fijaría una subida salarial para el siguiente ejercicio del 2,5% (1,5+1). Al siguiente, esa subida del 2,5% y un aumento de las rentas del capital del 4%, se fijaría para el siguiente período un crecimiento salarial del 3,25% (1,25+2). Así pues, la fuerza que impulsaría los salarios al alza o a la baja es el comportamiento del capital (cuánto aumentan las rentas por alquileres, los dividendos o los intereses por los depósitos), es decir: de cuánto rendimiento generan los asalariados a los perceptores de capital (productividad). 

Es cierto que en una crisis prolongada como la actual se habría suavizado la caída de los salarios, pero a costa de dos cuestiones importantes:

Productividad sectores España
1/ La productividad no depende tanto del mejor o peor desempeño de los asalariados, sino a la estructura productiva y organización empresarial: sectores en los que se invierte (Construcción y Hostelería, por ejemplo, tradicionalmente menos productivos) y la forma en que se distribuye el ingreso entre propietarios, directivos y trabajadores.

2/ Los incrementos de productividad durante la crisis en España no han sido fruto del mejor hacer de ningún agente económico, sino del saqueo que las élites empresariales llevan a cabo en el sector privado, como las élites políticas (tan interrelacionadas) lo han hecho en el público. Prueba de ello lo da el fortísimo incremento de la productividad vivido en el sector que más empleo destruyó con la irrupción de la crisis: la construcción. 

Es decir: mientras se destruía empleo, los beneficios se han mantenido, disminuido en menor medida o incluso aumentado.

Por lo tanto, ligar los salarios al PIB no es otra cosa que la vieja reivindicación de la gran patronal de vincularlos a la productividad, revestida de la neutralidad que le confiere el indicador por antonomasia, erróneamente asociado al bienestar. Ligar los salarios a la productividad no solo supone de facto una merma en el poder adquisitivo de la ciudadanía, sino que ni siquiera supondría un incentivo meritocrático para los trabajadores, más bien un elemento accesorio al saqueo del capitalismo corporativista de amiguetes que sufrimos en este país.
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* Despreciando los impuestos netos sobre importaciones y exportaciones.